Diciembre de 2005. El Calafate. Santa Cruz. Patagonia Argentina… presentación exacta para describir cómo fue vivir durante cuatro meses junto al Glaciar Perito Moreno, un verdadero Gigante.
Es sin duda un destino totalmente diferente y particular. Es maravilloso y sorprendente. Visitarlo una vez no alcanza, uno siempre se queda con esa sensación de volver pronto, una y otra vez.
La Avenida Libertador San Martín señala el centro del Pueblo. Pueblo pequeño pero muy pintoresco. Bares, Restaurantes de todo tipo y para todos los gustos, el museo del pueblo, la capilla, la municipalidad, el casino, locutorios, locales de souvenir, tiendas con las mejores marcas, supermercados, feria de artesanías, sólo tres barcitos… el resto son todas hosterías, hoteles y posadas con los mejores servicios y confort para sus huéspedes.
Ya hace 4 años que volví de esa experiencia inolvidable y aún no olvido la sensación de la primera vez que visité el Parque Nacional Los Glaciares. Sentimientos difíciles de explicar con palabras.
Desde el pueblo, el traslado al Parque no lleva más de 40 minutos, todo por camino asfaltado, bordeando el Lago Argentino color turquesa y los cerros que se asoman. Es un paisaje maravilloso. Todo cambia cuando uno ya dentro del Parque se va acercando a esta mole de hielo. A lo lejos se empieza a ver esa maravilla.
Mes de diciembre, clima y época ideal para visitar El Calafate. Los días son largos pero muy completos, el cielo se pone oscuro recién a las 22 hs. Temperatura cálida teniendo en cuenta que estamos casi al fin del mundo.
Llegamos al estacionamiento. Frente nuestro, la bandera Argentina flamea sin parar. La emoción y la ansiedad por llegar lo más cerca posible del gigante, no nos detienen. Bajamos las pasarelas, en el medio nos detenemos para sacarnos la típica foto con el cartel del Parque Nacional Los Glaciares; seguimos bajando. Ya estamos en la base, es increíble, realmente es una postal única. El viento acaricia nuestros rostros, pedazos de hielo se desprenden de las paredes, el ruido, ese sonido a explosión, los gritos de las cientos de personas que están al lado nuestro. Impactados, al igual que nosotros. Es algo infinito, uno no entiende donde termina esa alfombra blanca, fría, firme, con relieve…realmente te deja helado. No nos queríamos ir, el gigante nos atrapaba… llevábamos algunas horas sentadas en silencio, solo disfrutando, mirando, escuchando, sintiendo. Estábamos ahí, cara a cara con el Glaciar Perito Moreno.
Tuve la oportunidad de volver varias veces más al Glaciar. Al menos una vez por semana, cuando mi trabajo me lo permitía me escapaba y volvía a repetir lo mismo: llegar, bajar las pasarelas, estar al límite y dejarme llevar por los sentidos…pero nunca era igual, el gigante siempre te sorprende de una manera diferente.
Hubo una noche que fue bien diferente y única. La noche en que el Glaciar sufrió la última gran ruptura y desprendimiento. Eso sí que no se puede contar por escrito, uno lo tiene que vivir para entenderlo. Recuerdo la imagen de una noche perfecta, como si el cielo estuviera pintado a mano, negro muy oscuro, miles de estrellas y la luna llena, gran protagonista de la noche. Si no fuera por ella, no se podría haber visto como se vio. Era la encargada de iluminar y reflejar su luz en la blancura del gigante. Mucho frío, temperaturas bajo cero, pero no importaba… teníamos que estar ahí firmes esperando el gran momento. Y llegó…el puente de hielo que se había formado se desprendió del todo, fue una gran explosión, un estallido, un sonido neurálgico, fueron solo unos segundos, pero fue un momento eterno y mágico… me quedé muda, quieta, parada, anonadada, fue un espectáculo que quedará en mi mente por siempre.
Es algo que no ocurre muy seguido, sólo cuando la naturaleza lo decide… cuando el Gigante quiere.
Ciento de momentos y anécdotas se me vienen a la mente: el minitrekking en el glaciar, la Excursión lacustre de Todos los Glaciares, el Spegazzini, Onelli y Upsala, el día de Campo en la estancia Alice, El Chaltén, la Laguna Nimez, el cordero patágonico, el dulce de calafate… El Calafate lo tiene todo y para todos, es sorprendente.