Si se hiciera una encuesta para conocer cuál es el símbolo cubano más recurrente y paradigmático, creo que el Castillo de Morro estaría en todas las respuestas.
Aunque existen otros elementos, sobre todo ubicados en la capital de la isla, como el Capitolio Nacional, copia del existente en Estados Unidos, o la Giraldilla, copia de la Giralda de Sevilla, el Morro, como popularmente se le conoce, siempre ha estado ahí, desde antes de que Cuba tuviera cubanos.
Se hermana de alguna manera con los castillos que el turista que viene al Caribe puede apreciar en Cartagena de Indias o en San Juan de Puerro Rico.
Cuando La Habana comenzó a cobrar una importancia estratégica para la corona española, el ingeniero Juan Bautista Antonelli fue comisionado para diseñar la formidable estructura. La ciudad era el punto de reunión de las flotas que llevaban hacia España el oro y los diversos productos que aportaban las colonias, entre ellas Cuba.
Eran momentos de mucha actividad marítima para las flotas hispanas, pero también para los numerosos corsarios y piratas, siempre atentos a los fabulosos botines extraídos de América, o con amenazas de tomar la ciudad. Es por esos motivos que el ingeniero Antonelli entra en escena para dotar a La Habana de un sistema de defensa efectivo.
Comienza así en 1589 la edificación del Castillo de los Tres Reyes del Morro, a la vez que se construye otra fortificación en la orilla opuesta de la entrada de la bahía habanera, el Castillo de San Salvador de La Punta, y de esta manera se lograría copar entre dos fuegos cualquier ataque.
El cierre de las bóvedas y la terminación de la plataforma demoraron por contradicciones entre las autoridades y contratiempos económicos, pero entre 1600 y 1607 se concluyeron ambos, y se emplazaron 12 grandes cañones que se conocieron como los Doce Apóstoles.
La fortaleza continuó en el tiempo, y más de un siglo después, en 1763 tuvo que ser objeto de una reparación, por los daños ocasionados durante el ataque inglés a La Habana, que comenzó precisamente en el Morro, y tras su toma, continuó con la ciudad.
Sufrió reparaciones y transformaciones en pos de hacerla más efectiva, tras el ataque. Se amplió el grosor de los baluartes y se añadieron estructuras, además de emplazar dos zonas de cañones en la parte que mira a la bahía, en niveles inferiores. Me refiero a las baterías conocidas como de los Doce Apóstoles y La Pastora.
El faro que alumbra la zona costera y anuncia a los navegantes la proximidad de Cuba, estaba ubicado originalmente en el centro de la edificación, y fue alimentado con leños hasta el siglo XVII, hasta que en 1844 se trasladó a su actual ubicación. Ya en el siglo XIX se usó gas como combustible, hasta que en 1945 comenzó a operar con luz eléctrica, que es perceptible hasta las 18 millas de distancia.
El Castillo del Morro fue la principal edificación defensiva de La habana hasta que a fines del siglo XVIII se construyo La Cabaña, que en la actualidad integra lo que se conoce como Morro-Cabaña, complejo histórico y cultural, sede de numerosos eventos culturales, entre ellos la Feria del Libro, que constituye una masiva fiesta de los lectores y los autores literarios.
Si el lector decide tomar La habana como destino turístico del Caribe, de seguro no olvidará visitar estos añejos y majestuosos monumentos, detenidos en el tiempo. Y hablando de tiempo, cada noche se dispara desde esa zona colonial el famoso Cañonazo de las Nueve, usado siglos atrás para anunciar el cierre de las murallas de la ciudad, pero hoy es un recordatorio de que se inicia la vibrante vida nocturna de la capital cubana.