Montevideo – nostalgia, murga y mate

 Montevideo

Termina el show. Un remolino de cabezas calvas y señoras pitucas se aproxima al escenario para besar y estrechar la mano de Johnny Tedesco. El galán sonríe a sus admiradores y guiña el ojo a una dama que enfoca su rostro con la cámara fotográfica de un teléfono celular. Inmediatamente, el fastuoso salón de baile del Hotel del Prado queda silencioso y vacío.  Las parejas de bailarines, acaloradas pero felices, vuelven a sus mesas y brindan con champán.

Otro grupo musical sube al escenario. Con los primeros acordes los bailarines reviven la misma sensación de confianza anterior y se lanzan a la pista. Ríen y preguntan: “¿te acordás?”. Durante toda lo noche se repetirá el mismo entusiasmo, aunque con variaciones. Muchos señores, seguramente formales y recatados en la semana, van perdiendo la compostura: acaba de sonar un tema y ya intentan subir al escenario para abrazar a un baterista de pelo canoso, ídolo desconocido para alguien de 30 años. Otro músico sonríe cordial pero mira de reojo a un grupo que está hipnotizado con los timbales y amenaza cada tanto con ocupar su puesto.

Nostalgia

Es 24 de agosto, y en este día, colectivamente, los uruguayos se consagran a la nostalgia, a la Noche de la Nostalgia. Según dicen, no hay otra ocasión que movilice a tantos montevideanos a los bares, restaurantes, salones de fiesta, carpas, ni siquiera Navidad. Como cuenta alguien al pasar: “levantás una baldosa y hay un baile”.

En cada lugar la Noche de la Nostalgia adopta una expresión particular. En la Tanguería Tabarís las emociones se despliegan con los modos más ceremoniales del tango y la milonga. En los boliches de la Ciudad Vieja, Almodovar, el Bar Pedemonte, Da Vinchi, repletos de jóvenes con una historia musical más corta, se escucha y baila rock de la década de los ´80 y algunos de los ¨70, mientras en las pantallas gigantes se proyectan fragmentos de antiguas series de televisión en blanco y negro.

En otros lugares nada de nostalgia, pura actualidad. Allí van los adolescentes que miran incrédulos y espantados a sus padres y abuelos cuando tararean canciones de décadas pasadas.

Seguramente son ellos los que organizan las “noches de la antinostalgia”. Son jóvenes, pero más tarde o más temprano florecerá, como uruguayos que son, su propio semillero de nostalgias.

No todos conocen el origen de la fiesta, una ocurrencia de un Dj´s de la discoteca Zum Zum que se popularizó hace más de 20 años. Tampoco todos participan con el mismo entusiasmo. Pero lo que parece cierto es que mucha gente, mayores de 40 sobre todo, sale a bailar sólo en esta fecha especial.

Por otra parte, es difícil sustraerse a la nostalgia cuando las radios pasan música de Los Beatles, los Bee Gees, del Club del Clan y tantos otros. Por la calles de Montevideo, además, se promocionan cenas- show al tono con un época y un estilo determinado.

Las carteleras de los teatros invitan al Concierto de la Nostalgia o a la presentación de Palito Ortega. Algunas vidrieras se decoran con íconos de los ´60. En la televisión tienen de invitado especial al autor del libro “Guía de la Nostalgia Uruguaya” que va por su cuarta edición. Y la enumeración sigue.

Pueblo nostálgico el uruguayo, pero pueblo también fútbol ero y del carnaval, las murgas, las comparsas y las carrozas.

Murga y teatro

Estamos en la planta alta del Mercado de Artesanos, en el bar de otro Centro Cultural sobre Plaza Cagancha 1371, en pleno centro de Montevideo.

Eduardo Ravelino, integrante de la murga Contrafarsa, es quien nos conduce por las salas y explica los “oficios del carnaval”: el letrista, la maquilladora, el diseñador, entre otros. Se presentó mientras recorríamos el Teatro Solís, que nuestros anfitriones muestran con orgullo. Fue reinaugurado hace un año y las refacciones se perciben en cada rincón.

Brillan los mármoles de Carrara y las arañas en los techos del histórico edificio construido en 1842. Se realizan visitas guiadas para el público en general.

Capital colonial y moderna

La rambla de Montevideo se luce sobre las costas del río de la Plata con su moderna y amigable silueta de 18 kilómetros de largo. Entre otros barrios, circunda a la Ciudad Vieja, antiguamente amurallada para defenderse alternativamente de portugueses y españoles, y se extiende entre espacios verdes, playas, edificios históricos, escolleras, un campo de golf y sectores para andar en bicicleta, caminar o pescar.

Frente a la zona portuaria, el viejo Mercado del Puerto, construido en 1865, deleita la vista, el pala-dar y los oídos del turista. Allí, se comercializaba carne, frutas, verduras, “corvinas de ojos tuertos y burbujas de Roldós”, como canta Jaime Ross.

Hoy se exponen y venden artesanías y antigüedades sobre las calles peatonales que rodean al edificio, mientras que en su interior se instalaron restaurantes con prestigiosas parrilladas de carnes y mariscos.

Dentro del mercado, se encuentra el Bar Roldós, abierto en 1889. Sobre sus barras, hasta hace unos años de mármol, se creó la emblemática bebida “medio y medio”, hoy comercializada en Uruguay y exportada a países vecinos.

Originalmente, era una mezcla que los propios parroquianos realizaban con proporciones iguales de vino blanco seco con moscato espumante dulce. Más tarde, los Roldós registraron la ocurrencia y la produjeron para el consumo masivo.

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